Wildlife ACT organiza e implementa proyectos destinados a la conservación de la vida salvaje en reservas que no tienen los recursos para realizar dicha labor gracias al apoyo de colaboradores como Rhino Africa. En la actualidad están enfocados en Zululandia (Sudáfrica), una de las zonas del continente con mayor diversidad de especies animales, entre ellas una gran población de leones. El siguiente relato, escrito por uno de los miembros de Wildlife ACT, refleja algunos de los desafíos y aventuras a las que se enfrenta este equipo durante su apasionante trabajo.
El uso de collares para el monitoreo de la vida salvaje es una base para el control de las poblaciones de animales y una fuente invaluable de información en la administración de nuestros parques nacionales. Todo ecosistema puede acoger un número limitado de cada especie animal. Información sobre el número de ejemplares de cada especie, su comportamiento y estado de salud nos permite conocer las condiciones del ecosistema, así como las oportunidades y amenazas que enfrentan dicha especie y sus individuos. El trabajo comienza en la sabana, donde los animales y la naturaleza pueden definir, dictar, recompensar e incluso frustrar los esfuerzos de los expertos en conservación (Si quieres conocer más sobre el origen de la conservación en África échale un vistazo a este link). Una semana en KwaZulu-Natal nos dio una emocionante perspectiva a esta realidad de la profesión, donde monitorear a los leones es una de las prioridades.
Con las manos vacías
Parecía que iba a ser una larga noche. Condujimos por un camino largo y tortuoso a través de la sabana hacia el lugar donde la noche anterior, tras dos horas de vigilancia, habíamos fracasado en atraer a las leonas con la carnada. Se trataba de un solitario par de hembras que necesitaban radio collares y cada día que pasaba sin poder capturarlas nos costaba valioso tiempo. Jo y Chris, los cofundadores de Wildlife ACT, arrastraron los ahora malolientes restos de carnada del vehículo, atándolos al árbol otra vez y cubriéndolos con matorrales.
Después de pasar la tarde rastreando a una manada de perros salvajes, volvimos a este sitio al caer la noche y estuvimos trasmitiendo mugidos de ñus por más de una hora con un dispositivo de audio. Eventualmente vimos al par de leonas a la distancia gracias a las gafas de visión nocturna, aunque estaban completamente desinteresadas y ni siquiera quisieron acercarse a echar un vistazo. Los monitores de Wildlife ACT, a través de una llamada, nos alertaron de la presencia de leones en otra parte de la reserva, por lo que decidimos cargar el cebo y partir. Para entonces ya eran casi las diez y teníamos que mostrar algo de progreso por varios días de trabajo y colocar algunos de esos collares.
Acechando leones
Otra manada fue detectada con la radio. Después de rastrear la señal, encontramos a la manada cruzando el camino a unos setenta metros. La luz con la que les apunté por accidente no les molestó demasiado, estaban curiosos y hambrientos. El olor a carne muerta les hizo acercarse al acecho. Un macho y una hembra se dirigieron directamente al vehículo; los teníamos atrapados.
Los perdimos por un momento y nos detuvimos para calcular la distancia con la ayuda de un telémetro. No pasó mucho tiempo de que Chris sacara la radio, cuando el macho apareció de los matorrales justo detrás de nosotros. ¡Hubiera saltado al camión si nuestros reflejos hubieran sido más lentos! El par de leones entonces decidió dividirse y se adentró en los matorrales a ambos lados de nosotros. Así que aceleramos por un kilómetro con la esperanza de tener el tiempo suficiente para colocar el cebo. Atamos la carnada a un lado del camino, regresamos al vehículo y nos posicionamos a unos cincuenta metros para esperar con calma a que la manada nos encontrara. Ya eran pasadas las once. Esto tenía que funcionar si queríamos lograr algo esa noche.
Aparecen los elefantes
“Oh por favor, no ahora”, murmuró uno de nosotros. Una manada de elefantes se disponía a cruzar el camino a unos cincuenta metros de nosotros; justo lo que no necesitábamos. Los elefantes detectaron a los leones y el instinto materno de las madres emergió. Dos de las más grandes se acercaron, haciendo ruido con sus trompas y encarando con sus colmillos, lo que hizo que los leones se dispersaran. Tampoco parecía que les gustara mucho nuestro vehículo y nos advertían desde lejos. Los siguiente veinte minutos fueron como el juego del gato y el ratón, con los elefantes embistiendo, los leones saltando, los elefantes retrocediendo, los leones aferrándose una vez más a al cebo y los elefantes enfrentándolos de nuevo, una y otra vez.
Un encuentro cercano con los leones
Finalmente, a la medianoche, con los bebés elefantes vagando cada vez más lejos, las dos madres se relajaron y cedieron. La manada dio un semi-círculo alrededor de nosotros y terminó por cruzar el camino, por fortuna antes de que los leones devoraran el resto del cebo. Todavía había tiempo. Preparamos las pistolas de dardos y nos posicionamos junto la manada. Las dos leonas fueron alcanzadas de forma consecutiva, aunque tomó más tiempo en tener al macho en una posición favorable —el león se puso nervioso y los tres cachorros estaban causando distracción—. Pero una vez que el tercer dardo alcanzó al macho era tiempo de poner manos a la obra. El primer león fue sedado a las 23:50 y el tercero pasada la medianoche. Era necesario marcar la hora en la que el equipo comenzó a trabajar. Los elefantes habían cruzado el camino, pero aún se rehusaban a marcharse. Usando el reflector para escanear el perímetro, nosotros vigilábamos en caso de intrusos mientras Chris y Jacques les ponían el collar a los dos primeros adultos.
Cuando se sedan a varios animales al mismo tiempo todo se convierte en una carrera a contrarreloj. Después de una hora el tranquilizante empezaría a perder efectividad, por lo que el macho tenía que estar listo antes de que el primer león empezase a despertar. Terminamos con el collar del macho a las 12:45 en punto, regresamos por el primer león y le inyectamos el antídoto; luego hicimos lo mismo con el resto. Volvimos rápidamente al vehículo y esperamos cinco minutos hasta que el antídoto empezara a hacer efecto. Poco después de las una de la madrugada los tres adultos se habían recuperado. Los cachorros salieron de su escondite entre los matorrales y la manada desapareció en la oscuridad. Sin más elefantes bloqueando el camino, volvimos al campamento para brindar por una noche de buen trabajo.
Si te gustaría formar parte del equipo de voluntarios de Wildlife ACT, o simplemente conocer un poco más sobre la organización, no dudes en visitar su página web.
Relato de: Scott Christensen